La ropa es un bien material que además de ejercer su función como aislante, permitiéndonos así conservar nuestra temperatura corporal, también es empleada como un medio de comunicación. Individualmente, usamos nuestras prendas para transmitir nuestros sentimientos, mensajes o para clasificarnos dentro de un determinado estatus social. Hace unas pocas décadas, la relación que se mantenía con la ropa era más profunda, en una época en la que las personas no podían permitirse un armario muy extenso. Cada unidad era valorada, cuidada y arreglada, pasando entre hermanos o incluso entre generaciones. Todo esto no habría sido posible si no se hubiese gozado de una buena calidad material. No obstante, nuestro sistema socioeconómico no tardó en darse cuenta de los fallos que conllevaban los productos duraderos y de calidad, creando y estableciendo de esta manera el concepto de obsolescencia programada a partir de los años 30. Este término, famoso sobre todo en la industria electrónica, no resulta tan aparente en la industria textil a pesar de la alta influencia que ejerce sobre la misma. Consiste en que los productores alteran deliberadamente la vida útil de su producto en cuestión, reduciéndola, pero sin llegar a afectar a la confianza del consumidor. En el caso del mundo de la ropa, las medias de nailon fueron un claro ejemplo de obsolescencia programada a partir de la década de los 40. Los comerciantes de medias de nailon destinaron mucho tiempo y recursos en obtener fibras sintéticas de menor resistencia y durabilidad (menor calidad) para así fomentar el consumo entre las mujeres por la necesidad de reemplazarlas. Esta estrategia de mercado es la base de la moda rápida actual. La mayoría de las marcas más demandadas ofrecen productos de baja calidad arropándose por unos precios económicos a la vez que imponen la necesidad de actualizar el armario por la creación constante de nuevas colecciones y temporadas. El objetivo principal es que los consumidores compren lo máximo posible con la mayor frecuencia posible.
Actualmente nos encontramos inmersos en un mundo de peligrosos cambios globales que avanzan imparables, entre los que se encuentran el cambio climático o la pérdida de biodiversidad. Para ponernos en contexto acerca de la implicación de la moda rápida sobre el medio ambiente, es interesante destacar que la industria textil es la segunda más contaminante del mundo. Esto engloba a todo el proceso de fabricado de las prendas, desde la extracción de materias primas, manufacturado, transporte y eliminación de los productos. Una de las causas del tremendo impacto de esta industria sobre el planeta son las materias primas en las que se apoya para elaborar la ropa. Hoy en día la mayoría de las prendas están hechas de fibras sintéticas como el poliéster o fibras acrílicas. Estos materiales están compuestos de petróleo, apoyando de esta manera a la primera industria más contaminante del mundo. Además, el manufacturado de estas fibras sintéticas requiere de procedimientos con una alta demanda energética, emitiendo a su vez grandes cantidades de compuestos gaseosos contaminantes. El siguiente material más popular en la moda actual es el algodón. En este caso se trata de una fibra natural, pero a pesar de ello dista mucho de ser un elemento respetuoso con el medio ambiente. El algodón es el segundo cultivo más contaminante del mundo después del maíz y más del 99% de los cultivos existentes son transgénicos. Una de las explicaciones de su gran deuda ecológica es la alta demanda hídrica de esta planta, suponiendo el 2,6% de la huella hídrica mundial. Por otro lado, solamente el algodón es responsable de un cuarto de los pesticidas empleados mundialmente, teniendo un enorme efecto negativo sobre la salud de los agricultores (en la mayoría de las ocasiones no poseen del equipamiento necesario para un empleo seguro de los agroquímicos) y sobre los ecosistemas adyacentes a las plantaciones.

Solamente hemos tocado el primer paso de la cadena de producción de la ropa y ya ha supuesto un gran impacto para el medio ambiente. Con respecto a la depuración de las aguas residuales producidas en las fábricas textiles, cabe destacar que en la mayoría de ellas los efluentes no son sometidos a ningún tipo de tratamiento depurativo, siendo vertidos de manera intacta al entorno. No es difícil indagar y encontrar en la red artículos de periódico o reportajes de televisión en los que se muestran ríos de la India teñidos con los colores de la temporada de moda. Hace relativamente poco tiempo mostraron imágenes de perros callejeros de color azul por bañarse en dichas aguas. Cabe destacar que los ríos a los que son vertidos estos efluentes cargados de contaminantes y sin depurar son los mismos de los que dependen las comunidades locales para sus necesidades básicas, afectando gravemente a su salud y bienestar.

Una vez fabricada y teñida la ropa, que requiere grandes cantidades de agua y energía, es transportada a largas distancias desde su lugar de fabricación. La mayor parte de las prendas que se demandan en Europa provienen de Asia, conllevando su transporte la emisión de cantidades ingentes de gases de efecto invernadero a la atmósfera, favoreciendo así el cambio climático. Gracias al enorme éxito de las empresas de moda rápida, la demanda de ropa es tan grande que se ha instaurado la necesidad de disponer de prendas actualizadas, deshaciéndonos de aquellas más obsoletas para poder estar “a la moda”. Por ello, toneladas de ropa en buen estado son desechadas. La mayoría de estas prendas acaban en los vertederos locales, contaminando la atmósfera al emitir gases volátiles altamente tóxicos o contaminando las aguas subterráneas, por lixiviado. Parte de la ropa que no acaba en vertederos es enviada a países en desarrollo, amontonada sobre enormes pilas de más ropa de segunda mano proveniente de países occidentales. La llegada de prendas es tal, que más que favorecer a la comunidad local proveyéndoles de recursos, pasa a ser otro problema de contaminación añadido. En la mayoría de los casos llega tanta ropa que supera con creces a la demanda local, acumulándose, emitiendo compuestos tóxicos e impidiendo que sectores textiles locales puedan emprender sus negocios.

Estas consecuencias, grosso modo, implican a la moda rápida de forma muy negativa sobre el medio ambiente. Pero me parece que el tema tratado se encuentra incompleto si no indagamos sobre las implicaciones éticas y sociales de esta industria. Como ya he comentado, la gran mayoría de la ropa que se comercia en Europa proviene de Asia, de países como Bangladesh, Vietnam, China o Camboya. Las grandes marcas de ropa actuales manufacturan sus productos en estos países por una mayor rentabilidad económica, debido a que emplean mano de obra barata y porque la legislación de dichos países es mucho más débil sobre cuestiones medioambientales y de justicia social. Los trabajadores de las fábricas textiles son mayoritariamente mujeres y cobran un sueldo que no alcanza para una alimentación adecuada ni para invertir en salud o en educación para sus hijos. Además, las jornadas laborales son muy extensas (14-20 horas diarias), impidiendo que puedan destinar tiempo a sus familias. Como consecuencia, muchas se ven obligadas a llevarse a sus hijos consigo a las fábricas, estando los niños expuestos a compuestos químicos altamente nocivos (como tintes) a muy temprana edad.

Muchos trabajadores textiles, como aquellos que trabajan para la industria del cuero, tienen graves problemas de salud, destacando los problemas dérmicos y respiratorios. Esto se debe a que las fábricas no suelen suministrar un equipamiento que permita asegurar una manipulación segura del producto sin que sea necesario exponerse directamente a los productos corrosivos y tóxicos. Sin embargo, los mayores delatores de esta violación de los derechos humanos los encontramos en las noticias sobre derrumbamientos o incendios de fábricas textiles. Una vez más, si investigamos en la red podemos encontrar dramáticos ejemplos como el caso del derrumbamiento de Rana Plaza en Bangladesh, en el que murieron 1.127 personas. Esto expone que muchos de los edificios de la industria textil en dichos países no son seguros. Por último, estos trabajadores no pueden reclamar unas mejores condiciones de seguridad, un sueldo digno o una jornada laboral adecuada porque en esos países no están permitidos los sindicatos y las manifestaciones pacíficas son sofocadas mediante violencia por el gobierno.

En un mundo en el que se prevé que solamente en España en 2018 se incremente el consumo de ropa en un 26 %, el futuro para el medio ambiente y los trabajadores textiles no se muestra muy alentador. Sin embargo, actualmente está cogiendo fuerza un movimiento denominado moda lenta o “slow fashion”. Esta iniciativa o filosofía de consumo aboga por el empleo de materias primas ecológicas en nuestras prendas, responsables tanto ambientalmente como socialmente. Por otro lado, propone el uso de técnicas de tintado más respetuosas, como el tintado en seco, que requiere mucha menos agua y energía. Además, defiende unas jornadas laborales acordes con los derechos humanos. Por último, hace un llamamiento a los consumidores para advertirles de su responsabilidad sobre los impactos de la moda rápida y los anima a valorar más su ropa, a consumir menos y, a poder ser, productos de mejor calidad para prolongar así su vida útil.

¿Y tú? ¿Estabas al tanto de la magnitud de los impactos de la moda rápida sobre el medio ambiente y los derechos humanos?
Os dejo con un vídeo de la estupenda campaña de Ropa Limpia y un documental MUY recomendado de la temática:
Reblogueó esto en Biología en la URJC.
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