Ojiplática me quedo: según GreenPeace, la dotación económica de los bomberos rurales del gobierno de Nueva Gales del Sur era inferior a 43 000 €

Si esa esa cantidad insignificante es para la lucha contra-incendios, no quiero pensar en cuánto dedica el gobierno de ese Estado a la prevención, siempre el patito feo de los presupuestos. En caso de ser cierto, lo cual estimo probable, entonces es comprensible que los Australianos estén sufriendo semejante debacle.

Este verano he tenido la fortuna de viajar por Australia y sus inmensas extensiones de bosques, selvas y desiertos. Parte importante de la visita la hemos dedicado a los parques naturales, gestionados en gran medida por los pocos aborígenes supervivientes de un verdadero genocidio cultural, muy bien descrito en la película Australia. Es muy impactante para los que somos amantes de la Naturaleza encontrar los parques abrasados por el fuego. Más impresionante es oír que son los propios aborígenes los que prenden fuego a entre el 30% y el 50% cada invierno.

Provenir de un país mediterráneo, donde los incendios son frecuentes, hace que estés familiarizado con ciertas prácticas, como por ejemplo, los cortafuegos, la eliminación de toda vegetación alrededor de las casas tradicionales, así como la eliminación de la vegetación más cercana a las carreteras. Eso hace que nuestros paisajes parezcan más degradados que las preciosas masas verdes que rodean casas y carreteras francesas, alemanas o inglesas ¡Qué bonitas! ¿Verdad?  Pero sabemos que es el precio que tenemos que pagar para evitar que fuegos incontrolados en verano arrasen las casas de campo o causen accidentes de tráfico mortales.

Los aborígenes australianos describían cómo en su cultura de cazadores-recolectores, las tradiciones y reglas relativas a la quema de la vegetación era muy estricta y trabajosa. Debían realizarse en ciertos periodos del año, relacionados con los ciclos vitales de ciertos animales, plantas. No por casualidad, esos periodos eran en otoño-invierno. Tampoco era casualidad que eligieran momentos en los que el viento soplaba con la intensidad y orientación adecuada para permitir que los incendios fueran controlables ¡Y no solo eso! Sino que en sus «estándares de calidad incendiaria» se ponían como objetivo que el incendio fuera suficientemente lento como para que la fauna pudiera refugiarse y escapar. Sí, es verdad que todo narrado con la lírica poética propia de las tradiciones orales, incluidos los seres mitológicos. Pero a buen entendedor…

Con los aborígenes tienes la sensación que te explican las cosas con cierta hartura e incluso antipatía. Ahora entiendo que deben de estar hartos de que los nuevos pobladores del continente les tilden de pueblos primitivos y les intenten «enseñar» cómo gestionar adecuadamente un territorio natural con nuevas corrientes «ecologistas» que implican no interferir en la naturaleza. En el parque nacional de Kakadu, cerca de Darwin, los aborígenes parecían mantener suficiente dignidad y amor propio como para ironizar sobre cómo, por encima del desprecio que recibían sus costumbres ancestrales,  las modernas prácticas «verdes» del «hombre blanco» terminarían por permitir la explosión de incendios devastadores que destruirían por completo los ecosistemas que ellos llevan manteniendo durante generaciones.

Es el momento de reconocerles que sí, que tenían razón. Y no es porque sean capaces de «hablar» con sus antepasados gracias a sus ceremonias y ritos. Ellos saben empíricamente cómo gestionar un territorio dominado por vegetación pirófila: la quema controlada de parte del bosque es imprescindible para el mantenimiento del ecosistema. Es una pena que hayan tenido que morir decenas de personas, millones de animales, arder miles de casas y que, probablemente, algunos de esos ecosistemas que los aborígenes conocían tan bien desaparezcan para siempre.

Para acabar os voy a decir otra cosa, aunque pueda sonar a disculpa o autobombo. Los científicos también lo sabíamos. Llevo muchos años escuchando a ecólogos especialistas en ecosistemas áridos hablar de los ecosistemas pirófilos y de la necesidad de permitir periódicamente incendios controlados para mantener estos hábitats. Prevenir los incendios durante demasiado tiempo sólo logra que las propias plantas acumulen yesca y la rieguen con resinas incendiarias que convierten todo el ecosistema en una bomba incendiaria diseñada por la selección natural.

Es hora de que la gestión del territorio se rija por principios técnicos y científicos. Los ciudadanos y los políticos deben dejarse asesorar por los que llevan años estudiando. Intentar proteger nuestros intereses sectoriales y económicos es de justicia. Ser ecologista y verde también está muy bien, proteger nuestro medio ambiente es tarea de todos. Pero proponer las medidas adecuadas es tarea para los profesionales formados en Universidades y Centros de Investigación. Si son públicos, mejor, más libres de ataduras de grupos de interés particular. En algunas ocasiones pueden parecernos chocantes sus propuestas, incluso estrafalarias, costosas y radicales, pero, dado que invertimos nuestros impuestos en sus sueldos, y mandamos a nuestros hijos a sus clases ¿No sería lógico fiarnos también para la gestión ambiental?

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